sábado, 17 de noviembre de 2012

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Estou a mudar. Pel. Cae o delicado pano que rodea as miñas mans, os meus sentidos. Todo comeza a ser novo. De novo. Para min. Redescubro a historia contada de ti a el, de el a min, de min a ti. Luces indirectas recollen as imaxes que formarán a miña historia. Recordos de tardes frescas de outono i esa voz grave que escoito falar. A faltar. Entre o rechinar imaxinado de cuncas de viño tocando unhas contra as outras. A cadela. O chan cuberto de follas secas. Esas historias novas xa moi vellas. Escoito, rumio e volvo escoitar, e volvo rumiar. Non diferencio polo momento con nitidez nada que me permita saber a donde me dirixo e de que pedra está feito este camiño. Escoito, rumio.

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Las tres de la tarde del día de hoy era oficialmente la hora clave. Son las 22.34 y sigo en la misma silla sentada. En cuanto salga por esa puerta que ni de reojo alcanzo a ver seré una persona un poco más libre. De obligaciones. De madrugones. De errores de programas y dolores de espalda. De incompatibilidades y horas perdidas y regaladas. Un poco más libre para hacer lo que quiera y dejar de hacer lo que me venga en gana, a mí y a los que a partir de ahora estén conmigo. Vivir sus vidas y las mías. Vidas reales, tangibles, con olores y estados de ánimo variables. Sujeta de nuevo a decisiones de otros pero sin asentir con la cabeza baja. A mi izquierda una pantalla que parpadea me indica: "Estimated time: About 2 hours". Demasiado. Demasiado tiempo. Pero hago como que no me importa. El verano pasado. Quince días de calor encerrada en un proyecto de encargo. Luego otros quince, durante el frío, cuando todas las personas a las que hago caso me permitieron tomar un descanso. Caí enferma. Y otro encargo. Con fiebre y sin uvas seguí trabajando. Algunas noches sueño que tecleo. El puntero del ratón se mueve entre un escenario de color negro y parpadeos inconscientes de cualquier otro color. "About an hour". No importa. Esta vez no importa. De nuevo es verano. Treinta días para disfrutar las pequeñas libertades de las que prescindo durante los otros trescientos treinta y cinco del año. Salir ahí fuera y respirar el aire fresco de las noches de verano, sentir cómo se va enfriando la punta de la nariz y la piel se estira, el cuerpo y la temperatura se adaptan a la del ambiente. Largarme por esa puerta y saber que puedo olvidarme de lo que significa el tiempo.

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Mala noche la de ayer. Me duele la cabeza y siento el cuerpo magullado. No sé qué debí de soñar que no hago otra cosa que pensar en gente a la que quise mucho y ya no veo. Y ya completamente despierta empiezo a darle vueltas a los por qués y a los cómos... Hubo un tiempo en que todas esas personas de las que hablo y en las que tanto pienso hacíamos las mismas cosas, íbamos a los mismos lugares, nos gustaba lo mismo. Formábamos un grupo lleno de mentiras, un grupo que nos anulaba como individuos diferenciados y nos mantenía unidos sólo en superficie para darle forma, un grupo que no crecía ni variaba ni aportaba nada a nadie. Pero dejamos de vernos tan a menudo. Y ahora, asqueada de esos momentos que recuerdo como una gran ristra de años vacíos, me pregunto si valió de algo entonces romper todos aquellos lazos que me unían a un presente que rechazaba y del que me moría por escapar. Me pregunto si se puede romper con todo lo que llevas dentro y si merece la pena. Porque me sigo cuestionando, todavía hoy, en qué habrán cambiado sus vidas, en qué habrá cambiado la mía.