domingo, 6 de mayo de 2007

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Esta mañana te miré dormir. Repasé tu perfil. Con mi dedo. Mi. Tu. Nariz. Labios. Barbilla. Barbilla-Labios-Nariz. Entre grises y azules de huecos de persiana. Respirabas muy suave. Inflabas. Lento. Desinflabas. Tus mofletes se redondeaban y estiraban al compás del ritmo que tu pecho marcaba. Besabas. Aire. Y un suave sonido.

Esta mañana te miré y dormías. Cerca. Muy cerca. Convertí tu cuerpo en capas. Rojo. Azul. Bajo saturados. Te inventé en dos planos. Superpuestos. Descolocados. Reinventé tu centro. Y te miré sólo con mi ojo izquierdo. Luego sólo con el derecho. Te miré cerca. Con los dos. Muy cerca. Había dos de ti. Pero uno. Respiraba. Tan lento. Tan cerca. Que juntar los labios significaba tocarte.

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Te escribo. Porque necesito. Necesito un beso. Uno largo. Alargo. Un brazo. Un abrazo. Cierro los ojos y lo siento. Te siento.

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Pierde uno la costumbre, se pierden dos y sus mitades.

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Del una y dos veces al mes se fueron de puntillas a un muy frecuentemente escrito a lápiz de punta fina. Borraron. Primero. Porque luego vino el una por semana y más tarde del después, al día. A veces. Sin contar fines de semana. De viernes a domingo lo que marcaban con aquellos dos trazos cruzados era el ocasionalmente. Asimétricos. Dos trazos cruzados asimétricos.

A ella le hacía gracia lo de rellenar casillas vacías con él, rodearse de dudas al intentar confirmar absolutos. Pero esto tampoco es tan importante, se decía. Le decía. Lo de las certezas y los datos reales. Al fin y al cabo las estadísticas no funcionan. Las conclusiones nunca concluyen, sólo sirven para encontrar nuevas casillas por cubrir. El sí nunca es un sí. Y el no ni a veces ni ocasionalmente.

Y así era divertido jugar. Dejándose llevar por los porcentajes, por los días sin nombre, subirse a las barras laterales que separaban cada par de cifras. Garabatos. Imprecisos. Escritos ahora a bolígrafo encima de un montón de folios. Que apoyaba en su otro brazo.

Siguiente hoja. Pregunta abierta. Qué sientes, le decía. ¿Siempre?, contestaba. ¿Ocasionalmente o del uno al cinco? ¿Todas? ¿Ninguna? No sé. Totalmente en desacuerdo

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Me gustaria tener los ojos rasgados. Mirar desde detrás de esos párpados orientales. Verte en dieciséis novenos. Y repasar contigo escenas. Detalles. Las que me hacen reír. Las que no. Pestañear entre plano y plano. Dibujar negros. Inventar silencios. Y desde un sofá de trazo a lápiz, escuchar lo que un tipo bien iluminado deje escrito con humo en una caja de tres por cuatro. Un tipo de esos que saben tanto. Reírme. Reírme de eso que está contando, eso de que ya no se hacen secuencias como aquéllas, que todo está acabado. Reírme de ese par de ojos grandes. Redondos.

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Podría ser un pájaro. Pero no tengo alas. Podría ser un elefante. Pero soy pequeña y no soy gris. Un hierbajo. No. Me gusta moverme y caminar. Podría ser una letra. Sí. La que viene después de la zeta. Y no me parecería en nada a ella. Sería la letra que nunca nadie imaginó. Ese dibujo que necesitas para pronunciar todas las palabras que no encuentras.